Arquitectura pasiva gana terreno como solución sostenible en América Central
- Maria Calero
- 16 jul
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 18 jul
La arquitectura pasiva es una invitación a observar, respetar y aprovechar los recursos naturales disponibles, pero también se ha convertido en un reto para los arquitectos, quienes deben analizar el contexto más allá de su implantación en el entorno construido.

Por: Luisa Velásquez, luisa.velasquez@connectab2b.com
En busca de un futuro más sostenible, la humanidad ha explorado diversas formas de construcción con el afán de disminuir el impacto ambiental y reducir el consumo de energía, asegurando una calidad de vida adecuada para los habitantes del espacio Arq.nico.
La arquitectura bioclimática no solo es eficiente energéticamente, también presenta múltiples beneficios que la convierten en una opción cada vez más atractiva. Por ejemplo, el uso de materiales sostenibles de la región reduce la huella de carbono, considerando su disponibilidad en el sitio y su tasa de regeneración. Además, estas construcciones se adaptan al entorno, contemplando el bienestar acústico, térmico y la calidad del aire interior. Otro aspecto relevante es el uso de materiales inteligentes, que responden eficazmente en la edificación gracias al conocimiento de sus propiedades mecánicas y termofísicas, permitiendo una aplicación idónea y específica.
“La arquitectura pasiva nos permite comprender el espacio construido como un refugio que brinda abrigo y protección frente a las condiciones externas, mediante el uso de estrategias simples y naturales. Este enfoque promueve una relación directa con el entorno inmediato, lo que transforma nuestra percepción del espacio: lo habitamos con una mayor conciencia climática, sensorial y ecológica”, resaltó Paula Badilla, líder regional de Sostenibilidad de Gensler Latinoamérica.
En ese contexto, se debe entender el rol de la arquitectura pasiva como una estrategia que, sin necesidad de sistemas automatizados, genera beneficios a partir de las condiciones climáticas que afectan a la obra construida. Desde esa perspectiva, se incorpora la naturaleza desde dos aristas:
La primera es comprender las condicionantes naturales —principalmente el viento, el asoleamiento y la humedad— que inciden en la estrategia de diseño consciente del contexto. La segunda, explorar cómo se logra un vínculo con la flora y la fauna del entorno, estableciendo un diálogo y no una competencia entre naturaleza y ser humano. “La arquitectura no solo promueve una relación armónica entre el ser humano y su entorno, sino que también es una solución más sostenible en términos económicos, reduciendo el costo en el uso de sistemas como el aire acondicionado o la iluminación artificial”, expresó la Arq. Adis Ozuna, especialista en Accesibilidad Universal y presidenta de la Sociedad de Arq.s de la República Dominicana (SARD).
Esta forma de diseño fomenta una arquitectura más humana, donde se valora la conexión con el entorno, el uso racional de los recursos y el bienestar integral de quienes habitan el espacio, generando una experiencia de vida más consciente, sostenible y armónica.
Cuando un edificio “respira”, es decir, permite a las personas abrir y cerrar espacios, se genera un vínculo directo con el exterior. Datos de la certificación WELL demuestran que el contacto permanente con áreas verdes reduce el estrés y la fatiga en aproximadamente un 15 %, mejorando la sensación de bienestar y fomentando un vínculo emocional entre lo construido y lo natural.
Según el Arq. Mauricio Lecaro, director general y director de Diseño Regenerativo y Bienestar de Adaptiva, en Costa Rica, el diseño pasivo y bioclimático se basa en ocho principios esenciales:
Análisis del sitio: se evalúan topografía, vegetación y microclima para entender el comportamiento del sol, el viento, la humedad y la temperatura durante el año.
Orientación: se ubican y diseñan fachadas estratégicamente, evitando que las más largas se expongan directamente a la radiación solar en épocas críticas.
Control solar: se dimensionan aleros, voladizos y parasoles para bloquear la radiación y evitar ganancias térmicas no deseadas.
Volúmenes alargados y esbeltos: permiten maximizar la ventilación e iluminación natural, reduciendo la carga térmica.
Ventilación cruzada: se diseñan fachadas con aberturas opuestas que facilitan el flujo de aire y refrescan los interiores.
Iluminación natural: se distribuyen los espacios buscando confort visual y menor consumo energético.
Materialidad: se seleccionan materiales con masa térmica adecuada, según el análisis del sitio, para mantener temperaturas internas estables.
Vegetación y paisaje: se integra vegetación nativa que proporcione sombra y canalice la brisa, reforzando la conexión con la naturaleza.
Aquí radica el rol interpretativo fundamental del Arq.: leer el entorno, traducir estas condicionantes en estrategias coherentes que optimicen tanto el rendimiento energético como el bienestar humano integral, creando una arquitectura que dialogue genuinamente con su contexto. Esta interpretación sensible es lo que distingue una arquitectura verdaderamente consciente de una que simplemente cumple con parámetros de certificación.
Es esencial comprender que estos principios técnicos y biofílicos no constituyen una receta universal. Cada lugar tiene particularidades climáticas, topográficas, culturales y contextuales que exigen una interpretación y aplicación específica. “Un asoleamiento deseable en el clima frío de la Patagonia será completamente inadecuado para el trópico guatemalteco; una estrategia de ventilación efectiva en la costa será insuficiente en altura. La verdadera arquitectura bioclimática surge cuando el Arq. calibra y combina estas estrategias según las condiciones particulares de cada proyecto, logrando no solo ahorros energéticos cuantificables, sino verdadero confort térmico y un refuerzo integral del bienestar de las personas que habitarán esos espacios”, enfatizó el Arq. Giulio Pierattini, director de P&M Arquitectura en Guatemala.
Aunque el diseño pasivo puede prescindir de tecnología, no debe dejarse de lado. Herramientas como los vidrios de control solar permiten planos vidriados sin polarizado, que reducen el impacto de los rayos infrarrojos, protegiendo el mobiliario y mejorando la experiencia interior. Un edificio pasivo puede reducir entre un 20 % y un 40 % el consumo eléctrico mediante una correcta orientación y control solar. Además, se disminuye la huella de carbono mediante el uso de materiales locales, la gestión del recurso hídrico y la integración de vegetación adaptada al sitio.
Se promueve la conservación de la biodiversidad al respetar la vegetación existente, integrarse a corredores biológicos y desarrollar techos verdes y jardines accesibles en diferentes niveles. Estos edificios también son más resilientes ante fenómenos extremos y mantienen condiciones térmicas agradables sin climatización artificial, mejorando el aislamiento acústico y la calidad del aire interior. “Esto se traduce en una menor demanda energética y un mejor desempeño ambiental del edificio. Como resultado, se eleva la calidad de vida de los usuarios al ofrecer espacios más saludables, estables y en mayor armonía con su entorno”, destacó Badilla.

El contacto con la naturaleza reduce el estrés, la ansiedad y favorece una conexión emocional con el espacio. Es una arquitectura que invita a la contemplación y al equilibrio sensorial. “Finalmente, desde una perspectiva económica, aunque la inversión inicial pueda ser ligeramente superior, los costos operativos a largo plazo son considerablemente menores en comparación con edificaciones altamente tecnificadas o con los llamados ‘edificios enfermos’, que resultan costosos de mantener y poco deseables para habitar”, enfatizó el Arq. Marco Antonio Cordero Rodríguez, miembro de la Comisión de Acciones Climáticas del Colegio de Arq.s de Costa Rica y de la Comisión de Arquitectura para la Salud.
Tecnología y proyectos pasivos
Actualmente existen diversas herramientas digitales que apoyan el diseño y evaluación de proyectos pasivos: EnergyPlus, DesignBuilder, IES VE, SketchUp con plugins como OpenStudio, o plataformas BIM como Revit con herramientas de análisis como Insight o Sefaira. También Climate Consultant permite interpretar datos climáticos y adaptar estrategias pasivas.
“Debemos considerar la revolución que está sucediendo en este momento con la inteligencia artificial, la cual está impactando todas las áreas del conocimiento humano y facilitará también los análisis bioclimáticos en términos inmediatos. Por ejemplo, Cove es una herramienta eficaz para el cálculo de la huella de carbono incorporada en los edificios”, explicó el Arq. Fernando Corrales Mora, tesorero de la Junta Directiva del Colegio de Arquitectos de Costa Rica.
Sin embargo, ninguna herramienta debe reemplazar la sensibilidad del Arq. para interpretar el lugar y tomar decisiones de diseño contextualizadas. Las tecnologías son un apoyo, pero la arquitectura pasiva nace de la comprensión humana del entorno. “Entre los principales obstáculos están la falta de formación especializada en diseño pasivo dentro del currículo académico, la resistencia al cambio por parte de promotores y constructores, la percepción de mayor inversión inicial sin evaluar los beneficios a mediano plazo, y la ausencia de regulaciones e incentivos estatales que promuevan este tipo de arquitectura”, puntualizó Ozuna.
Los entrevistados coinciden en que los retos son estructurales, anclados en un ecosistema profesional que ha priorizado la forma sobre la función climática. Pierattini considera necesario reformular la educación Arq.nica desde la base, fomentar la investigación aplicada y promover una comprensión del mercado que valore lo consciente sobre lo superficial. La arquitectura pasiva no solo es viable, es transformadora. En Centroamérica y el Caribe ya existen referentes exitosos.

“En Costa Rica, un ejemplo emblemático es el Centro de Transferencia Tecnológica y Educación Continua (Citec) del Tecnológico de Costa Rica (TEC), en Cartago. Inaugurado en 2021, cuenta con certificación EDGE y es un referente nacional en sostenibilidad”, acotó Cordero.
Corrales destacó también obras como el Centro Cultural Jean-Marie Tjibaou, del Arq. Renzo Piano, por su integración con el entorno y su eficiencia energética sin comprometer el confort ni la funcionalidad.
Aunque la aceptación crece, aún hay quienes no consideran esta arquitectura como prioritaria. Por eso, Lecaro envía un mensaje a los escépticos: Diseñar para “tocar la tierra con ligereza” demuestra que la arquitectura pasiva no es un extra, sino la vía más lógica hacia edificaciones sostenibles, saludables y conectadas con su entorno. La sostenibilidad es el inicio; la regeneración, la meta.
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